domingo, 28 de octubre de 2012

EL DÍA QUE TODOS SOMOS BUENOS



Somos muchos –aunque cada día menos- los ayorinos que residimos en nuestro pueblo, pero hay muchos  más fuera de él, en múltiples ciudades y pueblos de España. Asimismo, un número importante residen en  lugares esparcidos por  el ancho y diverso mundo. Algunos nos visitan regularmente en las Fiestas de Toros,  Semana Santa, la Feria de la Miel ó cualquier otra fecha. Hablo con muchos, observando que una amplia mayoría disfrutan con las cosas de su patria chica, incluso más que nosotros mismos.
Pero hay un grupo más numeroso, dentro y fuera del pueblo –quiero pensar que lo hay, no se dónde ni cómo-, desaparecidos para siempre que no volverán jamás. Murieron.
A ellos va destinado este artículo, especie de carta sin sobre, franquicia ni paradero, pero que confío les llegue. Estoy indeciso a la hora de escribir su destino ultraterreno… ¿cielo, purgatorio, infierno?... Tras un rato dubitativo pienso que quizá en estos tiempos tan revueltos, con los consiguientes cambios de todo tipo, es posible que esos sagrados lugares, donde tradicionalmente yacían los difuntos, hayan desaparecido ¿Es broma?. No, no lo es. 
Mi caso, -siendo hombre de fe-, es que tengo las antenas tendidas a esa misteriosa, morbosa e inefable “vida después de la vida” adonde me lleva mi atávica y entrañable esperanza creyendo que las almas de “nuestros fieles difuntos“ moran en algún sitio, aunque no precisamente en los citados. Acaso estén en esa pequeña florecilla que nos encontramos casi perdida en el campo ó quizá en las nubes que nos acompañan desde el firmamento en nuestro largo caminar… pero estar… ¡están!. No me preguntéis cómo, ni cuanto tiempo, ni a cuento de qué. Es una rara sensación que me invade cuando menos lo espero dejándome el mensaje de que allá donde mire, alguien ó algo transformado en viento, aroma o rayo de luz, devuelve la mirada recordándome que ni me olvidan… ni debo olvidarles yo a ellos.
¿Utopías, sandeces?. Vale. Pero no para todo el mundo. Quiénes lo hayan experimentado alguna vez sabrán de qué hablo.
Se manifiesta esa sensación en diversos escenarios, siendo el más socorrido el cementerio, donde tanto los espejismos y alucinaciones, tienen su momento, instante inconsútil que nos ata con lo ultra terreno, por mucho que algunos lo rechacen.  
Debemos caer en la cuenta que los “habitantes” de allí son bastante más que los de aquí,  y siguen aumentando continuamente. Queramos o no, en este lugar está, aunque soterrrado, el ADN de nuestra añeja estirpe ayorina. Muchos son los años transcurridos en la última etapa, doscientos años hace ahora, aproximadamente, que se bendijo el actual camposanto. Desde entonces han ido albergándose allí irremisiblemente uno tras otro todos los fallecidos, ya que en este asunto de “hincar el pico” no hay crisis y nadie se escapa  “sin pasar por el aro”. La vida es eso: pequeño y vulgar acontecimiento que empieza como sainete terminando en drama, sin que se entere nadie de que va el argumento hasta que cae definitivamente el telón.  
Vale. Volvamos al tema estadístico-funerario,  pensando en ese lapso de tiempo de la Ayora contemporánea y contabilizando los difuntos acumulados, teniendo cuenta que en esos dos siglos fueron muchas las guerras y epidemias que asolaron un país tan sanguino como España, de las que Ayora no se libró.  Los muertos, en tales ocasiones, eran sepultados de cualquier manera,  tosca y atropelladamente.  Una mayoría sin tumba emparedada, sino en el sufrido suelo, apisonados bajo dos quintales de tierra, sin siquiera una cruz identificativa. Hoy serán, con toda probabilidad, hojas de hierbas silvestres o tupidas telarañas que surgen en los rincones ó quizá ése viento acre y seco que nos corta la cara al pasar.
Sin embargo, en las paredes del cementerio, relucen muy historiadas,  las lápidas de los más pudientes con sus lujosos mármoles y retocadas fotos. Es notable que esta pujanza de vida se de en un lugar tan lleno de muerte, manifestación palpable de nuestra parafernalia necrológica y obsesiva en preparar con esmero aquello que será nuestra última residencia: (de la penúltima, -la “Residencia de ancianos” local, mejor no hablemos, porque ni siquiera  ha sido terminada por nuestros Ayuntamientos (actual y  anterior), amén de que el edificio realizado sea de una total mediocridad, cuando precisamente su acertada ubicación al final de la flamante calle de la Marquesa, pedía a gritos una fachada claramente más elevada y ornamental.
Pero dejando la cuestión estética aparte, venimos observando al pasear por las calles del pueblo, la cantidad de letreros existentes con: “se vende, se alquila”, “se traspasa”, demostración de la bancarrota inmobiliaria nacional. (Algunos forasteros me han llegado a preguntar: “¿Es que vendéis el pueblo?”.  
Sin embargo, “en el corralito funerario”, donde solo hay ceniza, huesos, soledad y  silencio, amén de alguna vieja escalera y veinte ramos de flores mustias, nadie vende, nadie alquila ni traspasa;  eso sí, todos los residentes están “como piojos en costura”, dos o tres en el mismo nicho, que les confortará en el interminable invierno de la muerte. (Siempre he pensado, en ese aspecto de “arrejuntarnos”, que los ayorinos sólo nos ponemos de acuerdo para morirnos. Por ejemplo, transcurre un mes sin “salir nadie con los pies p´alante, y de pronto, un día cualquiera, caen cuatro o cinco como atunes, armándose ese día y el anterior, un concierto de campanas fúnebre y tremebundo que cualquier visitante del pueblo, piensa: “¿Qué fiesta será hoy aquí?“. No te quiero decir si vives cerca de la Iglesia… porque entonces has de recurrir enseguida a los tapones para los oídos.
Bien, pues una vez colocados los difuntos en el nido y terminado el campaneo correspondiente, los muertos  suelen llevarse muy bien, no oyéndose nunca gritos ni algarabías ó protestas de ningún tipo. Todo es armonía y paz. Unos, en la parte del sol y otros en la sombra, disfrutando todos cuando escuchan a sus familiares rezarles  un padrenuestro.
Una vez cumplidos los rituales y cansinos paseos de la jornada seguimos ajetreados entre difuntos y vivos con tal promiscuidad, que a veces ya no sabes quién es quién, llevándote, a veces, unos sustos tremendos cuando vuelves la cabeza y miras a uno al que creías haber visto ya antes en el nicho…! y lo tienes tras de ti!. 
Acabadas las consabidas carantoñas,  un piadoso pensamiento me viene a la mente para hacer más llevadera la eterna travesía a los pobres difuntos que allí están sin decir ni pío. Es, simplemente, contar con ellos, darles algún que otro homenaje -aparte de llevarles flores- y  pensar que aunque sus cuerpos sean polvo, el alma es eso mismo, polvo, pero polvo enamorado cada uno de ellos de su Ayora, seres queridos, amigos  y simplemente curiosos, que se paran delante de las lápidas comentando siempre al ver los nombres de los difuntos, lo listos y buenos que eran, cuando la triste realidad suele ser que quienes lo dicen, son precisamente aquellos que no les podían ver vivos ni en pintura. 
Dejando las  bromas, digamos que es en este momento de la visita al cementerio cuando la muerte de los demás tiene la rara virtud, por un momento, de hacernos a los que quedamos, más afables y cariñosos!  No cabe duda que es el día que todos somos más buenos!!
Lástima sea solamente una vez al año, en esa fecha bien llamada: DÍA DE TODOS LOS SANTOS 
  
   José Martínez Sevilla

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jueves, 18 de octubre de 2012

HABLANDO DE PIEDRAS




     
UNO DE LOS MONUMENTOS ARQUEOLOGICOS MAS IMPORTANTES EXISTENTES EN AYORA… (y desconocido por la mayoría de la población)

    SU NOMBRE: ARCO DE SAN PASCUAL

   SITUACIÓN: PARTE OCCIDENTAL DEL MURÓN DE MECA, MUY CERCA DE LA LINEA DIVISORIA DE LAS POBLACIONES ALMANSA, ALPERA Y AYORA, PERO PERTENECIENTE A AYORA Y UBICADO EN LA FINCA "EL HEREDERO"





Foto de Pedro J. Costa Abarca

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viernes, 12 de octubre de 2012

AYORA, 12 OCTUBRE 2O12


FERIA DE LA MIEL




Iniciales días
del otoño caliente;
largas tardes fondonas
entre avalancha de gentes.

Entre la alargada sombra del Castillo,
y a la vera de su Iglesia,
Ayora vive
sus fiestas de la miel,
divirtiéndose sin doblez,
-aún siendo días de recordar                           
estamos en tiempos de escasez.
                         
Aunque también, sería, !oh Dios!, 
(dejando tiempos de anteayer),
buena ocasión -si la hubiere-
de gozar del aire y la luz
entre unos labios de mujer,
                           
Pero, ! dó está, oh cielos!, 
tal ventura, si se puede saber?
                             
Pues, sí, metiéndose por nuestros 
estrechos callejones
donde la gente mira trastos expuestos,
y nadie te ve.

Ven a Ayora,
Villa noble y señora,
pasea sus calles,
con este clima de ahora
conociendo a sus gentes
alegres y postineras.

Y allá al anochecer
en la Plaza Mayor                             
custodiada de palmeras 
guapa y esbelta 
visita cada caseta,
si una barata, otra... más buena,
terminando el recorrido 
degustando en la mejor
las Amas de Casa
con sus famosas “TORTAS DE MIEL”.


José Martínez Sevilla


        
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