jueves, 21 de junio de 2012

Viejas ruinas de San Roque



Sin duda, que amo estas viejas piedras de la antigua ermita de San Roque. Puede parecer algo raro, pero es así. En la misma fotografía que ilustra este artículo, se me ve bien abrazado a uno de sus grandes sillares como queriendo retener tal pedrusco para que nunca desaparezca de allí.
Son muchas las mañanas que cam¡no por este lugar y por todo el camino del Angel, dando el acostumbrado paseo como muchas ayorinos y ayorinas. Por mi parte, siempre hago dos paradas reglamentarias: una, en la puerta de la ermita de nuestro Angel Tutelar, arrimado a las rejillas, por ver a la abuelica Liñana arrodillada recibiendo en su mano el mensaje del Santo, y la otra, delante de las mencionadas ruinas del venerado (en muchas partes), patrón de epidemias, San Roque.
Si la primera de mis visitas es claramente de devoción, la siguiente, es de fascinación. Observando estos vetustos y bellos arcos de San Roque, sus gruesos y sólidos muros de argamasa aún en pie, las grandes proporciones de la iglesia (comparada con la actual ermita), y hasta el inicio de unas rudimentarias escaleras para subir al púlpito, al verles, mi imaginación vuela por aquellos vericuetos pensando lo repletos que estarían de fieles aquel segundo lunes de Enero del año 1600 cuando se erigió por decreto de nuestro Consejo municipal esta Ermita en gratitud por habernos librado de la segunda aparición de la peste bubónica en nuestro pueblo, el año anterior, 1599.
Comenzó el azote de la epidemia en Almansa, y pronto se contagió Ayora. Pero desapareció fulminantemente tras las rogativas de gran cantidad de fieles de ambos pueblos. Reconociendo muchos la intervención del Angel de Ayora -que ya libró a nuestra Villa en 1392- es cuando acuerda el Concejo levantar – en un solo año-, una ermita para honrar tal efemérides, situándola precisamente en este bonito recodo del camino, donde todavía hoy vemos sus ruinas. El mismo Ayuntamiento acuerda establecer “Estación pública” dicho lugar siguiendo la tradición de celebrar una romería cada año en la fecha acostumbrada, con solemne Misa y sermón, predicando aquel año el afamado predicador sagrado, nacido en Ayora, D. Gabriel Hernández. Es curioso mencionar que tras los solemnes oficios, la romería siguió el camino de vuelta, deteniéndose en lo que es hoy ermita del Angel (inexistente entonces), y cantando la preceptiva Salve, de rodillas.
Es decir, que la primera Ermita que se hace en Ayora al Angel es donde están hoy nuestras ya mencionadas ruinas, y el nombre que se le pone es: “Ermita del Santo Angel y de San Roque”. El hecho de levantarla en una fecha tan tardía respecto a la aparición del Angel, es una clara señal de la progresiva falta de devoción de nuestros antepasados que tuvieron que sufrir una segunda embestida de la peste, para acordarse de su Angel Tutelar y asimismo, del patrón de las apestados, San Roque, hermanándolos en el nombre de la recién construida Iglesia. Pero no satisfechos del todo con esta doble titularidad y algo removida su débil conciencia, pronto levantaron otra pequeña ermita en el exacto lugar de la aparición, dedicada ésta exclusivamente, a nuestro Angel Custodio. Fue bendecida en 1639 por el obispo de Orihuela, y es el sitio concreto donde desde entonces se canta la Salve cada año en el tradicional segundo lunes de Enero. La pequeña ermita, debido a la creciente devoción del pueblo, fue sucesivamente ampliada y reformada en distintas fechas hasta llegar a la actual.
Ante todos estos datos llama la atención cómo la primera y mayor de nuestras ermitas, “del Angel y de San Roque”, va perdiendo importancia siendo progresivamente relegada tomando protagonismo la nueva. Consecuencia de ello, es que San Roque se deteriora cada año más, mejor dicho, dejan que se deteriore quiénes no lo debieron permitir. Pero algo raro y milagroso pasa aquí, y es que el famoso Santo, se niega a caer definitivamente llevando ya 306 años en ruinas. ¿No son muchos para una iglesia abandonada a su suerte, sin conocerse haya sido reparada? Ahí estás sus bellos y robustos arcos sostenidos milagrosamente por los recios muros y contrafuertes; los huecos de las numerosas capillas bien a la vista, y hasta esa minúscula escalinata que llevaría al púlpito. Miles de tormentas han ocurrido desde entonces, vendavales y ventiscas, hielo y nieves, tremendas avenidas y torrenteras. Cualquier ribazo ( … y en Ayora los hacen bien) hubiera ido al suelo a la mínima, y estas “viejas ruinas” de la ermita de San Roque aguantan.
Todos los años vamos casi todo el pueblo por allí, junto a su inexistente puerta, y pasan las Autoridades y el Clero, y casi nadie sabe que aquello fue la inicial “casa” de nuestro Angel, y lo menos que podría merecer, sería que a alguien se le ocurriera detenerse un momento y pronunciar todos -siquiera mentalmente una oración por San Roque, que al fin y al cabo Santo es, y patrón de todo tipo de epidemias, por añadidura-. Acaso por ello. a mi me atraen estas piedras, a la vez, por los misterios que encierran y también, por la discriminación ingrata y absurda de tener como apestado a un lugar que fue levantado por nuestros antepasados dando gracias por habernos librado de la epidemia.
No deseo que este escrito pueda servir para establecer merecimientos ni comparaciones entre ambos titulares de la antigua ermita ni que alguien pensase en restaurarla, ya que nunca sería aquella tan hermosa que levantaron nuestros abuelos hace mas de tres siglos. Dejémosla como está, pero eso sí, al dar el recodo del camino, miremos por un momento aquellas paredes pensando la poderosa “suerte” que encierran al no consentir caerse. Es posible que el mensaje que nos quieran dar estas viejas piedras sea decirnos a los ayorinos simplemente que las tengamos presentes…
Pienso que mientras estén sus ruinas serán testigos de algo muy hermoso que allí sucedió. Por eso mismo, un dia que pasé por allí y tenía un fotógrafo cerca, me agarré al más grande de los sillares queriendo pensar que estaba en el año 1600, la Misa solemne iba a empezar en cualquier momento, y yo representaba a mi tatarabuelo, ya con el pelo cano, pero tan devoto como él de las tradiciones ayorinas. Por cierto, la fotógrafa me sacó muy favorecido…
Gracias, Mayte…
Datos de D. Miguel Perales, recogidos y ampliados por D. Eufrosino Martínez.
Foto: Mayte Ortuño


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3 comentarios:

  1. Tienes razón Pepe, cada vez que pasamos por ahí, y pasamos bastante veces, miramos las ruinas, pero... lo hace todo el mundo. Pienso a veces si es por que creemos que todo se va a caer de un momento a otro , pero miramos esos arcos, desde luego que si. Supongo que cada uno pensara de alguna forma en el pasado de esas ruinas, en fin.., gracias de nuevo por traernos estos " artículos"

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  2. Desde siempre mis ojos se han dirigido hacia esas escaleras, atraídos como por una fuerza imantada. Pensando quién subiría al púlpito y cómo se dirigiría a los filigreses.Es cierto que al contemplar esos desafiantes arcos, uno se cuestiona su resistencia al paso del tiempo, ya que amenazan con diluirse constantemente.
    Será que la magia y el misterio que poseen, son más fuertes que su misma naturaleza, o será tal vez, que permanecen en pie porque hay alguien como tú que rememora su pasado. Gracias.

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  3. Tendremos que pasar por Ayora para ver la hermita antes de que caiga

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