lunes, 4 de junio de 2012

SONIDOS Y RUIDOS (Tiempos pasados y actuales)




Hace unas noches, cuando hizo tanto viento, estaba yo desde la cama oyéndole silbar fuertemente contra las palmeras de la Plaza, y ese silbido me trajo por asociación acústica -con trasposición de fechas-, recuerdos de antaño cuando estando igualmente acostado en mi casa de la calle Empedrá, escuchaba parecidas ventiscas resoplando con furia y golpeando en ventanas y puertas. Estos recuerdos desencadenaron otros relacionados todos ellos con los variados sonidos y ruidos de aquella época, y durante un buen rato estuve complacido evocándolos.

La memoria se puso en funcionamiento arrastrando ciento de sensaciones pasadas que permanecían vivas en algún rincón de mis archivos subconscientes. La calle Empedrá era entonces un lugar con mucho movimiento y algarabía. Hoy, me cuentan los vecinos, que también es muy ruidosa pero solamente los fines de semana en los «pubs».  

Aquellos otros sonidos eran simplemente la manifestación de la vida del pueblo, característicos de los múltiples oficios que existían, de los numerosos vendedores ambulantes y de todo tipo de gente afaenados en sus tareas que, a veces, eran únicamente hablar -pues ya se sabe que los ayorinos (especialmente ayorinas) solo con hablar ya tenemos suficiente para armar un considerable alboroto. Antes mucho más, pero ahora también, porque el asunto de las «charráicas»  estridentes en esquinas, bares y tiendas aunque ha decaído un poco aún se sigue «pegando la hebra» de lo lindo.

 Y es curioso como esas resonancias y murmullos nombrados ahora al sesgo de una noche de viento, reviven con fuerza   apoderándose por un instante de nuestra mente. Diría que con los sonidos pasa algo parecido a con los olores y perfumes, que al percibirlos en cualquier momento fugaz, desencadenan todo un mundo olvidado pero latente en nosotros,  y además, con una fuerza y sugestión increíbles.  En cuanto al tema sonoro, no es lo mismo ir a comprar carbón (pongamos por caso) en un  sitio determinado, que escuchar los sonidos cadenciosos de la vendedora ambulante pregonándolo. «!Se vendee carbóoooon!». Quién dice carbón -que hoy ya no se vende- dice  melocotones, (que aún se pone la mujer de Maluenda en la Lonja y te oyes al pasar el grito: “!Pepe, ¿que no te llevas dos kilos de estos melocotones, que son tan bonicos...?”.  Esa voz-cantilena, parece como si transformara al carbón o melocotón, que son cosas cotidianas y vulgares, en  algo alegre y sugestivo. Y asimismo, otros muchas resonancias y ecos. Ese run-rún de la calle trasegado a través del oído es una musiquilla que no es precisamente sinfónica pero tiene un encanto indudable trasladándonos a un mundo arcaico, maravilloso y feliz.
Comencemos, pues, el programa de nuestro peculiar «concierto». Como primer recuerdo aquel escuchar desde mi vigilia, a primera hora de la mañana, el paso de las numerosas  caballerías que habían entonces en el pueblo, sobre todo, burros y burras. Algunos/as,  tenían la costumbre -sin duda atávica- de rebuznar fuertemente cuando llegaban a mi puerta. Digo atávica porque antiguamente estaba allí el herradero. Bien, pues aquellos rítmicos rebuznos que proferían los burros tras haberse descargado de sus entrañables boñigos, los escuchaba yo completamente deleitado. En cuanto a la boñiga expulsada, inmediatamente salía mi vecina Mercedes «la zarrina», recogiéndola como fruto preciado para sus macetas o acaso para el olivar. De aquellos burros, recuerdo el de Abundio «el mono»,  pero especialmente el más alborotador que era el de Luis «el teresino», transportista de Teresa a Ayora que traía agua de la Longeña y otras mercancías. Bueno, pues el burro- pura sangre- y más «movío» que la «Tereseta», enseguida que olfateaba alguna compadre femenina, salía arreando derecho a ella, armándose el revuelo correspondiente entre el ardiente galanteador y sus receptivas burritas.
Otros sonidos típicos eran los clásicos vendedores: «El tío regaliciero» con sus slogans, «¡A la regaliciaaaa!» y «!Regalicia barataaa!». También, aquel inolvidable tintorero (de la Ribera) con su fardo de prendas terciado al hombro y gritando: !»El tinto....rero!». ¿Y como olvidar a la mujer del calendario zaragozano» :»Mentiras y enriedos para to el año». Asimismo, «el Tostaíto», canturreando : «Er torerí, torerí, torerá, ta, ta, ta…¿han llamado?!». «El paragüero!», el reparador de “somieres”, el estañador, el afilador con su bicicleta y el pito soltando la clásica chirivía. Pero, acaso, los dos mas típicos vendedores fueran «Braceli» con su cantilena de «!Pieles de conejo y liebre!» ó «Cambio mixtos por alpargates» y una par de  mujeres, altas y enlutadas- que iban de casa en casa abriendo estentóreamente la puerta y gritando : «¿Quiere Vd. un livianico?». Marco aparte merece nuestro singular pregonero «Ojicos», con su gran vozarrón, proclamando a los cuatro vientos bandos «de dos pitás» escuchados de punta a punta del pueblo
Bien, pues todo este repertorio de sonidos, unidos a las campanas tocando a misa, a la «novena», a los rezos, a «muerto», las «oraciones» al atardecer; a mediodía el «Ángelus» con las «badajás»); los chiquillos jugando como locos alrededor de la Lonja, sin olvidar los lunes con el tradicional mercado en la Plaza donde los vendedores voceaban «a grito pelao» su mercancía, por ver quien conseguía más clientes. 
Así era la interminable secuencia de sonidos que ponían ritmo y tono a nuestra vida. Aquello era la vida de pueblo; hoy ya no, porque la gente está metida en sus casas con la televisión, permaneciendo las calles solitarias y mudas. Bueno, no tanto, porque de vez en cuando asoman las terribles motos a todo gas y los tubos de escape escapados realmente de cualquier control. También son para mencionar entre los ruidos modernos, y más en el día que reescribo este artículo, otros ruidos estridentes que se escuchan con frecuencia. Es cuando juegan al futbol el Barcelona o el Madrid, y “los dos Pedros”, Avila y Benavent, ponen los televisores a tope en la terraza de sus respectivos bares en medio de la plaza. Como los jugadores Messi y Ronaldo meten hoy los goles como si hicieran churros, a cada momento estás oyendo “!Goooooool !”, con lo que si estás cenando, por un decir, macarrones, puede que se te atragante el bocao armándose “la marimorena”. Por si faltara algo, explotan enseguida dos o tres tracas llenado todo de “esclafíos” y humo. “!Alma pólvora!!. Otro tipo de ruidos actuales, a cual mayor,  es cuando llegan las fiestas, Semana Santa ó Toros. Vivir entonces en la Plaza, aparte de ser un privilegio pues ves todo en primera fila, es además una trepidante sinfonía que de no ponerte tapones en los oídos, puede resultar tremebunda, porque aquí “arde Troya!”.

Vale. El caso es que en el plan acústico, aquí, como buenos valencianos, no nos quedamos atrás.

Ahora, al reescribir estos comentarios, como por arte de magia, me vienen a la memoria aquellos tiempos, no se si mejores o peores, pero, aunque distintos, muy parecidos en el fondo

En fin, como en aquel célebre episodio de un conocido escritor que -mojando una magdalena en la leche - esa sensación - hizo  acudir a su mente toda su infancia y adolescencia (materia posteriormente de un famoso libro); yo, oyendo esta noche  (3 de junio de 2012), las furiosas ventoleras originadas por una pequeña y fugaz tormenta, contra las palmeras y persianas de la plaza, he sentido renacer toda la gama sonora de nuestra Ayora en aquellos felices tiempos pasados que me han llevado, como por ensalmo, a los consiguientes de hoy. 

José Martínez Sevilla

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2 comentarios:

  1. Es cierto aquello que dices que los tiempos han cambiado. Yo tengo ahora 30 años y aún me acuerdo del pregonero diciendo sus bandos. Aunque la mayoría de las cosas que cuentas no las he vivido, me encanta como las cuentas y las expresas, evocando una Ayora cercana que, al fin y al cabo es muy parecida a la de ahora. Por cierto, leer palabras como "regalicia" no tiene precio cuando uno vive lejos de su pueblo. Un saludo, Pepe.

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  2. Rosa Bornay García5 de junio de 2012, 15:20

    Cambiar y mutarse es un hecho intrínsico.Lo realmente importante es saber rescatar esos momentos de antaño,los cuales, cada uno de nosotros , recordamos de alguna u otra manera. Personalmente yo no recuerdo toda la gama de ruidos que describes,pero si que es cierto que otros, permanecen intactos en mi memoria. Ahora, gracias a tus palabras, los he podido revivir. Es cierto que antes existía más vida en la calle Empedrá, diría más variopinta, más cálida, más bullente. En cambio, hoy en día, reina la noche.
    Saludos.

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