miércoles, 30 de mayo de 2012

RUTINAS


Ni  recrear  el  pasado  a  menudo
ni  proyectar  el  futuro  continuamente;
me  quedo  con  este  fragante  minuto
vivo  y  presente
de  ahora  mismo.

 
Sin  vuelta  atrás;
lo  hecho  hecho  está.


No  volver
haciendo  trampas  al  pasado
sobre  lo  que  fué  y  fuí,
inventando  cuentos
del  turbio  abismo
de  la  historia.


Lo  que  deberíamos  llamar  vivir
sería  siempre  a  partir  de  cero;
usos  y  costumbres,  normas  y  leyes
es  repetir  y  repetir,  culo  de  saco,  rutinas,
adulterando  la  sana  alegría  de  existir.


Rutinas,  todo  rutinas
que  adocenan  la  vida
haciéndote  gregario  y  servil.


Sentirme  y  no  saberme,  me gustaría,
árbol  sin  raíz,
luz,  viento,  nube,  aroma,
suelto,  libre,
sin  fechas  
principio  ni  fin.



                                                                              José  Martínez  Sevilla

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miércoles, 23 de mayo de 2012

AYORA POR LOS CUATRO COSTADOS


Entrando a Ayora podemos hacerlo, bien por el norte o sur, saliente o poniente. Desde cualquier punto elegido el panorama cambia, pero invariablemente siempre veremos un estrecho valle encerrado entre hermosas montañas de suelos calizos con manchas de tierra ocre y grisácea y un cielo alto y duro. 
Una vez llegados a la población recorrerla calle a calle resulta fácil y placentero; muchas de estas vías son anchas y llanas y hasta las más reducidas o empinadas están limpias; la edificación -en general- tiene un buen ver destacando abundantes casas primorosas y con solera. El ambiente que se respira en las primeras horas de la mañana -que es cuando la visitamos- es sosegado. No hay  gente en las calles. Cruzamos el bonito jardín a la entrada, vamos hacia la Plaza Mayor y callejones contigüos, siendo raro encontrarnos con alguien. Coches y motos, sí, pero parece como si las personas activas hubieran salido ya al trabajo, los chiquillos no caminasen aún a  escuela, y los jubilados,  friso acostumbrado de plazas y esquinas en estos pueblos rurales, durmieran todavía.   
Pero retrocedamos en nuestro deambular; volvamos al principio de la población ya que nuestro cometido hoy es mirar al pueblo desde los distintos caminos  que nos llevan a él, verlo «por los cuatro costados» Uno de estos senderos (o carreteras) con mayor afluencia de visitantes es la que llega desde Almansa. Seis u ocho kilómetros antes de la llegada, al bajar la «cuesta de la Peña», es cuando aparece Ayora realmente pintoresca y bonita. Su apariencia es apacible, serena, como bañada en una luz matizada de blancos fragantes. Pequeñas colinas, regatos, y vaguadas ondulan suavemente el terreno donde aparecen olivos, almendros, grandes bancales de sembradura y alguna pequeña y solitaria viña. Al fondo aparece el derruido pero imponente castillo flanqueado a ambos lados por el abrupto cerro de «los Calderones» y la pinada «del Rosario».
Ya encima del pueblo, en la misma «curva de San Antón». Algo llama nuestra atención, mejor dicho, dos cosas nos sorprenden, una, la extraordinaria Cruz de término, de piedra de sillería berroqueña, del año 1583,  y otra, el vergonzoso estado de abandono en que se encuentra tan preciada joya.  Parece mentira, pero es una verdad clamando al cielo,  que en tan estratégico espacio estén juntas la belleza y la dejadez, el arte y la basura.  
Pasada la curva surge, como un pronto, el pueblo arrimado a su Castillo cuyos flancos aparecen roídos y esquilmados. Nuestra vista, que habíamos desviado contrariada por una ángulo poco agraciado, recobra su brillo al llegar al bonito jardín.
Frente a este punto de llegada, se halla el opuesto, hacia el norte, viniendo de Requena. El encuadre de la población cambia. Cuando  estamos llegando,  pasando  «Revuelta Bolís», la instantánea del pueblo deslumbra. Diríamos que es  «la postal» preferida por los turistas y también por los nativos. Una intensa pero laminada luz de mañana baña la villa profusamente. Recorta su silueta la esbelta torre de la Iglesia. Divisamos al fondo el Monte Mayor; a los pies, la feraz huerta del Llano, esmaltada hoy de casitas y chalés. El Castillo, enfrente, que semeja media luna,  pregonando  su origen árabe, ya que, incluso ésta palabra «Ayora», en lenguaje bereber,  significa la «media luna».
Siendo dilecta la anterior perspectiva, aún hay otra para mi opinión mas sugestiva. Es al venir desde Albacete.
Precisamente, cerca ya de Ayora, doblando «la Pedriza», es cuando la vista del pueblo queda  mejor encuadrada. Porque todo el colorido de casas y  cielo,  de  árboles y  tierras, se recorta nítido bajo el profundo azul de la lejana Sierra. 
Una vez cesado el deslumbramiento, cambiamos de rumbo. Vamos ahora hacia  donde llega el sol al amanecer, hacia Levante, por los senderos de Palaz, la Hortichuela, el Hoyo la Balsa, Pozuelo. Observamos que  también Ayora se hizo mirando a Valencia,  aunque solo aparezca su imagen en fugaces escorzos. Desde el «Castillico Palaz» hasta desde cualquier altozano, surgen los peñascos agrios y hostiles -mirados desde aquí- del Castillo que guarda celosamente sus casas a nuestra vista. Será preciso llegar hasta la Glorieta para contemplarlas, aunque las piedras del Castillo aún nos miren desafiantes.
Tras el hosco enfrentamiento con las rocas siempre amenazando caer, es momento de tomar un respiro...y un café. Nos encontramos en la entrada oficial del pueblo, donde abundan los bares...y escasea la gente en este pueblo poco madrugador.
Precisamente esa ausencia de personal hace más serena y relajada la visita a Ayora. Hemos entrados por diversos ángulos pero todavía nos restan otros, un tanto inéditos o poco frecuentados, pero asimismo, interesantes. Nombremos uno de ellos, situado  alrededor de los llamados «Cuatro Caminos», yendo al Almendolero, pasada la Fontizuela, escorado el «Cerro Murciano»,  junto a la «Solanica Lagar», subiendo la cuesta de Alpera o las Arguayas,  y mirando allá la «Cuestecica de los Frailes». Desde cualquiera de estos vértices, siempre veremos como un sueño, la mole del castillo, desde aquí, un tanto desconocida.
Dejo para el final una perspectiva, no muy citada, pero que me gusta especialmente. Es desde cualquier cerrico o montaña al venir desde el vecino pueblo de Zarra, teniendo como eje el antiguo camino, hoy carretera. Uno de sus desvíos, llamado «de la Marsilla», en término de Zarra, resulta muy revelador para mirar hacia Ayora. Entre los innumerables y sinuosos olivos,  sorteando continuas y escalofriantes curvas, allá donde se formó trabajosamente un pequeño bancal, es, donde al verlo y pisarlo,  pienso «aquí es donde me haría yo una casica». En realidad, toda Ayora está repleta de sitios «para hacerme casicas»; pero muchas otras gentes - a las que pasó igual- se me adelantaron  y todo el término aparece -contraviniendo los absurdos planes de urbanización- esmaltado de estas célebres edificaciones, denostadas por arquitectos, pero muy queridas por toda la población.
Así, cuando asomamos nuestros ojos hacia la bonita villa que nos vió nacer, desde las elevadas montañas que la rodean ( Monte Mayor, Palomera, Atalayas, Cabeza Pinosa, Alto del «Estao», la Cumbre, Caroche,  etc,)  aún nos gusta más porque además de ver el pueblo, vemos las casicas, la tuya y la mía, la del amigo, la del abuelo.
En fin, queridos paisanos, estar en Ayora es disfrutar de Ayora, salir fuera de las paredes de nuestros domicilios, recorrer el término, divisar la villa desde cualquier esquina del paisaje que nos circunda. Es un ejercicio bonito y saludable que les recomiendo. No se lo pierdan.

José Martínez Sevilla

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viernes, 18 de mayo de 2012

TARDE DE PRIMAVERA EN “EL CHORRILLO”




Mis pensamientos, 
como esponjosas nubes
de este tiempo calenturiento,
se recrean contigo,
inefable materia
de mis sueños.

Como tantas veces
mirando el inmutable cielo
te reconozco enseguida,
suave aroma
de aquel cuerpo.

Nadie podría
expresar bien lo que siento;
son percepciones evanescentes,
oscura intuición,
denso secreto manifiesto;
acaso pájaros
trinando entre sí
códigos secretos,
quizá la profunda sintonía
del mudo universo.

Bulle tenaz, en la larga tarde 
el clamor de cada silencio,
insecto y hierba,
y el acompasado ronroneo
entre  mis piedras
de un pequeño arroyuelo.

¡No puedo seguir más;
me faltan palabras
para decir lo que siento! 



José Martínez Sevilla

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martes, 15 de mayo de 2012

AVENIDA DEL ESTRES, EL AZUCAR Y COLESTEROL



En los pueblos se rotulan a veces muchas calles sin aparente motivo o justificación. En el caso que nos ocupa hoy la vía publica (que no calle),  ya está abierta y bien abierta, siendo transitada a diario por cientos de personas.
Me refiero a un conocido camino local cuyo recorrido tiene desde muchos años el típico y curioso apelativo de «dar la vuelta al Angel». No se  trata (como alguien forastero pudiera pensar) en poner a uno que así se llamara del derecho o al revés, ni siquiera -referido a la imagen de nuestro «Angel tutelar»- en cambiarle de posición mirando unas veces aquí o allá. Nada de eso. «Dar la vuelta» es simplemente andar de principio a fin nuestro clásico caminico como solemos  hacer muchos ayorinos casi todos los días. 
El proyecto de convertir esta vía en avenida responde a su gran tipismo y populosidad. Cuando a las 8 o 9 de la mañana en todo el pueblo no se ve un alma, allí se ven a barullo.  Jóvenes, menos jóvenes, de la tercera edad, de la cuarta y la quinta. Por todo ello,  he considerado que tal afluencia y unanimidad debÍa ser designado con  un nombre que manifieste cumplidamente sus orígenes y merecimientos.
El nombre elegido es «AVENIDA DEL ESTRES, EL AZUCAR Y COLESTEROL». ¿Porqué? 
No se  trata de que dichos conceptos sean exclusivos, aunque sí dominantes y con actualidad, porque  hoy quien no tiene la tensión alta y estrés, tiene el azúcar por las nubes o colesterol en los espacios siderales. Por otra parte, abundan obesidad, celulitis,  varices, dolores de espalda, arteroesclerosis, «falta de riego», «tembleques» y todo tipo de dolencias que aguanta nuestro sufrido cuerpo.
Sencillamente, se trata del tema de todos los días;  cuestión palpitante, causa y fin de nuestros mayores desvelos... y motivo que nos lleva inexcusablemente a dar a diario la vueltecica al Angel.
Las cosas no se hacen ahora como antaño por fe,  o con tal de seguir una tradición. Somos bastante más prosaicos. Aquellas simplezas espirituales han pasado al olvido. Hoy manda ante todo el cuerpo y la salud. E incuestionablemente, aquello que ordenen los médicos, convertidos en  grandes santones o gurús del momento. Su poder es superior a cualquier sultán o emperador  y las habituales «batas blancas» -aún en su escueta sencillez- están revestidas de un halo taumatúrgico semejante a los ropajes y plumas de aquellos ancestrales brujos dueños y señores de la tribu.
No solo nos han privado fulminantemente del hábito sempiterno de fumar -que ya es decir- sino que nos hacen tomar a diario tres litros de agua, comer acelgas y yogures,  hacer gimnasia cada mañana y andar -a pijo sacao- cuatro o cinco kilómetros todos los días. (Quién iba a pensar tal cosa de aquellos médicos de toda la vida, que cuando  caíamos enfermos, en lugar de recetarnos caminar y beber agua (una herejía entonces), siempre ordenaban cama, friegas, lavativas y tazas de buen caldo. (Pero bueno, el progreso es progreso, no vamos a discutir a la ciencia)
Y así tenemos a Perico y Juanico, Vicenta, la tía Josefa y Celedonio, comenzando a recorrer al salir el sol el «Camino del Angel», con tal de curarse los arrechuchos . Este es el quid de la cuestión. Porque allí nos encontramos cada jornada medio pueblo. Cada uno naturalmente a un horario establecido, el tráfico bien ordenado y sin aglomeraciones. Unos, en plan solitario, otros en pareja y los demás por cuadrillas, todos desfilamos en la misma dirección, atravesando el primer hito importante, «El Bácil», nuestra más típica fuente y de las más desafortunadas en su restauración.
Ocurre en estos paseos, no como en el pueblo,  que al cruzarte con alguien lo máximo que dices es «Eh!», o el clásico «¿Adónde vas?».  No,  aquí  -aunque no trates mucho con  quien tropiezas-,  lo mínimo es decirle «Buenos días», que casi siempre va acompañado de otras retahílas como «¿qué, a dar la vueltecica?», «Mucho has madrugao, chacho», o,  !Ale, a la faena!. También se estila aquello de «Paece que tenemos el tiempo nublo»,  o « Vamos p’alante». Aunque el saludo que a mí más me gusta es el ya en desuso: «Vaya Vd. con Dios, Pepe, y la compaña, (cuando viene mi mujer o mi hija).
Uno de los puntos claves y clásicos del camino es llegando al «Balsón», siempre rebosando con gran estrépito de agua. La valla que han puesto y los hierbajos que no quitan, dificultan algo la visibilidad, pero aún observo trastear por allí a Paco y Andrés el marido de Palmira, encargados de la cuestión de riegos. También más arriba, veo a Pedro «Campana» regando, que al columbrarme suelta: «Eh, Pepe, aquí estamos dándole!». Otro punto bonito del camino, mas delante, es la casica de Desiderio el tractorista, muy limpia y con bonitas flores, y cuya puerta que da al camino, es barrida concienzudamente a diario por su mujer.
A todo esto, ya me ha cruzado un montón de personal; solo entrar al camino, mis sobrinos Emeterio y Rosa; luego, de pronto, veo venir un perro enorme derecho a mí, pero no pasa nada, es de Rosa Nácher con su amiga  Higinia -dos guapas muchachas- que todos los días coincidimos por el mismo lugar. Y hablando de perros, pero más chicos, siempre hay una pareja que salen a saludarte cada mañana: son los de Angelita Camarasa que con sus persistentes ladridos te despiertan - si acaso fueras medio dormido a estas horas. Pero hay más perritos. El de Cabaleiro, que hace el trayecto con su inseparable compañero, y lo curioso es que aparte de hacer el habitual recorrido, también, al llegar a la ermita, da la vueltacompleta  al edificio, con lo cumple dos veces. Y al poco, una chica muy apañaica, Mercedes, paseando su minúsculo y blanco perrito. Y algo antes, Milagros, con el suyo.
Al poco, vemos venir charrando continuamente a una cuadrilla que nunca falla:  Paquito el carpintero (de visera), Angel el Ministro (con sombrero) y Rodenas (con visera y garrotico). Quien más bracea es «El Ministro», siempre en el centro, dirigiendo el debate.
A la zaga, anda otra pandilla: Pili (la de la «Casa Blanca»), Carmen Pastor y Orosia; aquí la que lleva la batuta es Pili, Carmen la sigue como puede y la que ya no puede, con sus dolientes rodillas, es Orosia, pero aguantando como la que más. Ultimamente se ha sumado al grupo Alejandrina, que va cogiendo posiciones delanteras.
Aunque no todos son cuadrillas en el recorrido; también abundan  parejas y los solitarios, entre ellos quizá el más veterano Ramiro, con sus pasos cortos pero rápidos; Pepe el zapatero, Pérez el transportista (que también es de los pocos que llevan sombrero en el pueblo), Rosa Huertas (mi amiga de infancia), Merceditas la de Silvestre, Rodrigo , siempre tranquilo, otro tanto José Manuel Rodenas; Galiana (que  como Pérez, hacen el camino solos, por un lado, y al mismo tiempo, pero por otro, sus  respectivas esposas;  sigue, Pedrico «el Potajero» (al que el «potaje» le ha subido la tensión y debe hacer cada día 5.000 metros en 40 minutos. Pero él rebasa la marca ya que arrea como una moto. detrás d él, , vemos venir a dos chicas a cual más airosa, Consuelo, (mi vecina de enfrente en la Plaza) y a Mercedes, la carnicera de la calle Empedrá. Finalmente, Vicente «Capullo», que viene de comprar el pan, hacia su casica.
-- !Adiós, Vicente! ¿cómo va la marcha?
--!Vamos tirando!
Llegamos por fin a la ermita. Descanso breve, asomándome por los cristalicos de la puerta a  ver al Angel y la abuelica Liñana, pero como refleja, no los veo bien, Podían dejar solo la rejica, con lo que además, pasaría el aire. Una cosa que me llama la atención hoy es un cartel (firmado por «José, Manuel y Luis») que han puesto pegado a la pared, escrito a mano, con caligrafía muy rústica, como asimimismo todo el texto, donde se ofrece, destacado, «una gran moto desbrozadora», «Podas, Injertos y otros tratamientos agrícolas». También, más abajo, leo: «Trabajos sanitarios»; lo que no se, es si entre estos trabajos,  además de quitar el pulgón de losfrutales, nos quitarán también el dolor de espalda y el constipao. 
Al reemprender la marcha adelanto a «la Casanova», Concha y su dos compañera rubia; a  Elvira,  mujer de Fernando el «la Artística» (a menudo acompañada de una «Gatica» (no recuerdo tu nombre, perdona). Antes de darnos cuenta, ya nos ha adelantado con su rapidez acostumbrada y los imprescindibles auriculares, Rosa la nuera de Josefa «la Tenerías», guapa muchacha, andando a grandes pasos. Vienen entonces -una delante y otra atrás- las dos hermanas Lázaro (Lola y María), no «desavenías» sino desapartás».
En sentido contrario, llega un grupo formado por Rosario «la Rulla»,  Concha. Adela,  y algunas amigas más, siempre con la conversación fluida. En estas entremedias, haciendo un «ciliebre», nos adelanta con la moto «El moreno» camino de su casica, a punto de pillar a «Lola», la guapa perra de «Cañicas» (padre), haciendo hoy este recorrido. 
Al alcanzar el vistoso chalet de Vicente Pastor veo otra característica pareja de ayorinas, las dos guapas y garbosas, Amparo y la mujer de Carpio. (Este es uno de los principales alicientes de la «vuelta»,  ya que no es lo mismo ver a una muchacha o señora por las calles del pueblo arrastrando el carrito de la compra o con el chiquillo a rastras hacia la Escuela que tropezarse a la misma moza o mujer por aquellos caminos, en campo abierto y al aire limpio y fragante de la mañana. Todas están mas guapas; todas caminan como ángeles. 
Pasa que en algunos casos (como ya he apuntado antes) que  hay algunas personas que en este momento no recuerdo cómo se llaman; por ejemplo, una pareja que tiene por allí una casica, él a menudo con garrote con y la visera «travesá», y ella, la «clásica mujer de Ayora, siempre dos pasicos detrás del marido. Luego, viene  otra más airosa que la misma brisa, que la veo venir y desaparecer como el suave y cálido viento que me acompaña. Y a continuación, observo de lejos, a Rosario, su hija, y la mujer de Romualdo Hermosín. También a Elvira (la de Llanos), y seguido -con gran estrépito- el «Land Rower» del «Palomo», que casi no cabe por el camino.
En este punto, he llegado a la ermita de San Roque, uno de los puntos que a  mi  me gustan: por su misterio, la belleza escondida de sus piedras, el duende que debe vagar entre aquellas paredes en ruinas, la soledad y hasta la cercanía de «los Infiernos» -paraje de las tierras con los colores más hermosos  de Ayora-.
Pasado San Roque y el principio de «Los Infiernos» -adonde todos vamos ir, pero sin prisa- ya nos acercamos al «apartáero» donde nace el camino para acortar distancias y volver a la ermita. Nos alcanzan en este momento la «cuadrilla de los «Altos»: Isabel la Rovira», Julia la del kiosko, una «Anayica» y alguna más. Tras ellas vienen «las de la carretera», Mercedes, (de Manolo Piqueras); Trini, la mujer de Julián del butano, Fina, la de Fermín. y la mujer de «Tatarillo». Le siguen una pareja, siempre juntas: Lola Benet y la mujer de Agustín. También, alguna mañana he visto a mi prima Paz (la de Valeriano). Pasamos todos al lado de las casicas de Torrella y su cuñado Rodolfo y «la Sueca», tan  bonica siempre (la casa y la «Sueca»).
Bien, ya vamos llegando al final del trayecto, girando hacia el pueblo, y al traspasar de nuevo la ermita veo a «Pirelli», su mujer Mercedes -que nunca lo alcanza- y el perrico echando el resuello el pobre. (Perece ahora madrugan más y han cambiado el trayecto). Detrás, observo detenidamente a una mujer ya mayor, que pasa siempre impasible, comoi si tal cosa. No se quien es. Y otro, que sí se quien es pero no reconozco al momento, es Saturnino -quizá de los más veteranos de la vuelta- con una colorista visera que lo desfigura.
Algo cansados estamos llegando otra vez al pueblo; nos cruzamos entonces con el siguiente turno -de 9 a 10-. Primero, veo a dos muy «apañás»: Sofía y Belén (madre e hija). Luego, la morena Teresa, mujer de Rafa Cebrián y Milagros, su compañera rubia). Tras ellas, otra pareja de bonitas ayorinas: una Conchín y otra Conchita;  la de la Perfumería y de Pastor, y seguido. otras dos casadas estupendas: Amalia, de «ilo-ilo» y Mercedes la de «Alejo»). Pero aún queda una pareja explosiva: las dos hermanas Barberán, Nieves y María Dolores, que pasan como un tornado, a cual más «bárbara» de las dos.  Naturalmente. hasta aquí,  solo he hablando de quiénes hacen la «vuelta» a mi hora, -de 8 a 9. Quedan por nombrar tantos otros, muchos más, que van  en distinto horario.  (Siento mucho no dejar constancia de todos ellos, que me gustaría, pero en otra ocasión). Creo debe quedar recuerdo de cuantos hacemos esta particular «ruta jacobea» que traducida al lenguaje ayorino equivale a «dar la vuelta al Angel».
Recapitulando, deseo que nuestro Ayuntamiento tome nota del proyecto de la  flamante avenida, añadiendo también estos otros detalles:
1.º.- Quitar urgentemente las feas y secas hierbas del camino (que incluso una colilla puede originar sin querer un pequeño o gran incendio). Y parchear los innumerables baches del recorrido.
2.º- Colocar un «paso de cebra» en la carretera de Albacete, frente al «Bácil», por donde toma toda la gente el camino.
3º.- Poner sendas placas rotuladas con el nombre propuesto en «Bolís» y la mencionada entrada al «Bácil», lo que sería además un  atractivo reclamo turístico para los numerosos forasteros que pasan a diraio por ambas carreteras.
4º.- Instalar farolas para que las noches del próximo verano se puede caminar por allí agradablemente. 
5º.- No arreglar ni restaurar de ninguna forma la ermita de San Roque. Las cosas viejas parecen mucho mejor estando viejas y no con afeites o disfraces.
6º.- Continuar siempre con nuestra devoción al «Santo Angel».
Con estas ideas y otras que surjan haremos un gran paseo de nuestro «caminico» y cada día acudiremos aún mas gente a recorrerlo. Porque como somos cada vez más «quejicas» y el que no tiene tensión alta la tiene baja, y quien no azúcar, grasas, nadie se salva de la medicina de moda: andar, andar y andar.
José Martínez Sevilla


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